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LA SUITE VOLLARD

  • Foto del escritor: CARLA HUAMANCUSI
    CARLA HUAMANCUSI
  • 16 dic 2017
  • 4 Min. de lectura


Escena báquica del minotauro(1933)

Cobre, aguafuerte

Suite Vollard, aquel maravilloso conjunto de grabados, litografías y aguafuertes que Picasso produjo para uno de los grandes cultores del arte contemporáneo primitivo, el coleccionista y marchand francés Ambroise Vollard, entre 1927 y 1937, y que – ciertamente- constituye uno de los conjuntos más sorprendentes y deslumbrantes de su abultada y variopinta iconografía.

Aunque heterogénea en su conformación (la Suite comprende obras que abarcan temas tan diferentes, como son las series de El Taller del Escultor, El Minotauro, El artista y la modelo, las violaciones o La batalla del amor, sus Mitologías y Rembrandt,además de  los retratos del propio Ambroise Vollard), el conjunto de las 100 planchas que la conforman está signado por una intensidad constante, un derrotero surcado tanto por un patético y melancólico erotismo, cuanto por un deseo evidente de reconciliar las fuentes paganas y clásicas de su sensibilidad con las canteras más apasionadas y recónditas del arte contemporáneo. 

Entre los temas abordados el que Picasso ha trabajado con más ahínco es el de El Taller del Escultor, evidentemente por tratarse de una saga que removió, especialmente en la época en que inició la producción de estos grabados, su sensibilidad masculina y artística. Más que en los otros temas, en los que la pasión o el afecto resultan representados de una manera nítida y calmada, el Taller está transido de perturbaciones    y sentimientos equívocos, una extraña confluencia de motivos alusivos al clasicismo mitológico, y de referencias a una sexualidad contemplativa y melancólica.


Escultor, modelo y escultura (1933)

Cobre, punta seca 


 Escultor, modelo y busto esculpido (1933)

Cobre, aguafuerte



Escultor en el trabajo (1933)

cobre, aguafuerte


La inmersión en las turbulentas figuraciones urdidas por Picasso para escenificar un asunto que evidentemente lo angustiaba, está cargado de alusiones al turbado clasicismo de Jean Dominique Ingres, tanto en la selección de los personajes, como en los tanteos en base a los cuales Picasso transmuta y elabora la misteriosa y neurótica  sensualidad de esa figura clave del diseño académico. Como en sus escarceos con su propio arsenal iconográfico (en muchas de las estampas aparecen las imágenes de las rollizas esculturas con las que honró la pasión carnal que profesó por Marie Therése Walter) .


Tres mujeres desnudas cerca de una ventana (1933)

cobre, aguafuerte


Escultor y modelo arrodillada (1933)

Cobre, aguafuerte

En un registro más tierno y nostálgico, las estampas en las que se desarrolla el tema de El artista y la modelo dan cuenta de su añoranza por las virtudes del amor contemplativo, una dimensión más bien abnegada e idílica a la que evidentemente se sentía atraído, particularmente por contraposición a la manera truculenta y conflictiva como discurrieron en la realidad sus frecuentes amoríos. Estas exquisitas láminas parecen destinadas- en cambio- a glorificar su masculinidad narcisa y patriarcal, una condición de las figuras femeninas a las que convoca a su regazo de patricio munificente y tribal, (en la figura inconfundiblemente autográfica del personajes barbudo y complaciente que hace las veces de artista), conforman transmutadas en inocentes musas.


Escultor reposando II (1933)

Cobre, aguafuerte


Escultor reposando IV (1933)

Cobre, aguafuerte

Una de las secuencias más intrigantes y originales, es la que gira alrededor del personaje del Minotauro, aquella extraña figura primitiva, con facciones humanas equinas y taurinas, que Picasso rescata de lo más recóndito de la mitología mediterránea para hacerla portavoz de sus oscuros atavismos y apetitos. Sintonizando sutilmente con las misteriosas alucinaciones que brotan de la confluencia entre su humanidad y su animalidad, Picasso maniobra hábilmente la condición entre instintiva, astuta y brutal del monstruo arcaico, para encarnarse a sí mismo protagonizando sus más exultantes apetitos, aquellas circunstancias en las que su incapacidad para descifrar o aceptar sus devaneos o sus desbordes irracionales, lo llevaban a refugiarse en la dimensión sobrehumana de un Olimpo primitivo hecho a la medida de su imaginación y su fruición artística. 


Minotauro atacando a una amazona (1933)

Cobre, aguafuerte


Minotauro acariciando a una mujer dormida (1933)

Cobre, punta seca



Un aspecto fundamental para entender a cabalidad la riqueza y temática de la Suite, tiene que ver  con la fascinación que ejerció sobre Picasso, todo el universo estético que descubrió en el mundo del grabado, un territorio cuya diversidad y potencial artístico no había ensayado a plenitud hasta que Vollard lo puso en contacto con Louis Fort, un eximio impresor que lo llevó a descubrir , no solo las infinitas posibilidades de este género, sino también los inagotables matices que el grabador era capaz de descubrir, sea manipulando su habilidad técnica, o experimentando continuamente con las calidades del papel, las tintas y los ácidos. Además del desafío proveniente de las modalidades sugeridas por las múltiples maneras de grabar y dibujar, Picasso encontró los matices que le abrían las formas de dibujar y de valorizar propias del grabado (el uso de la punta seca o el buril), las sutilezas que producían las variantes del aguafuerte y la aguatinta, y los efectos que podrían  obtenerse durante el proceso del estampado.


Retraro de Vollard II (1937)

Cobre, aguatinta


Información consultada :

Cooper, F., (1997). “La Suite Vollard”. En Arkinka. Lima:Stella.

 
 
 

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